Tuesday 24 August 2010

El peor momento de la vida, en vivo - Agosto 2002

Reírse del otro -nada de "con el otro"- es una modalidad que ha perdido todo límite



En la década pasada, casi inmediatamente después de ser acuñada por Jorge Rial, la frase "figuración o muerte" se convirtió en la síntesis perfecta del entusiasta maridaje entre la sociedad del espectáculo y una corriente política que en su estrategia para gobernar el país nunca disimuló su encandilamiento por la farándula.
Más de dos años después del momento en que el menemismo dejó el poder, el dicho del flamante director de programación de América conserva plena vigencia, ahora en el interior del siempre alborotado universo televisivo.
El natural afán de figuración que en todo momento sostiene el deseo de ingresar en el mundo del espectáculo adquiere en estos tiempos perfiles francamente desmesurados. Si en una etapa no muy lejana algunas estrategias electorales alentaban a los políticos a hacer cualquier cosa -inclusive el ridículo- con tal de ganar algunos minutos en pantalla, esta conducta hoy arrastra a decenas de personas. Algunas, desde el anonimato, están resueltas por todos los medios a ganar aquellos 15 minutos de fama fugaz de los que hablaba Andy Warhol y otras, con expectativas ciertamente profesionales, pretenden luchar por un lugar entre las luces y las cámaras y conservarlo, si es posible, por un período prolongado.



Pamela David es un ejemplo consumado de esta segunda categoría, en la que se encuentra la gran mayoría de quienes participaron en las ruidosas experiencias de los reality shows que la TV impulsó ampliamente el año último.
Varios de los competidores de las dos versiones de "Gran Hermano" y "El bar", que en su momento estuvieron fugazmente en boca de todos, hoy sólo son recordados por los rastreadores de detalles para la historia de la TV. Pero otros, como la bonita David, tuvieron más suerte y lograron con una presencia en los medios más o menos continua la satisfacción de aquellas expectativas iniciales.
Lo que David seguramente no llegó a imaginar es que uno de los "requisitos" que llegaría a cumplir para sostener su permanencia en el aire televisivo sería exponerse a los avances exhibicionistas de uno de los integrantes más representativos de "El show de Videomatch".
Desde hace un tiempo, el programa de Marcelo Tinelli asigna a José María Listorti la misión de participar -la mayoría de las veces como instigador y algunas pocas como víctima- en los sketches con cámaras ocultas o "cómplices" que en estos momentos constituyen la columna vertebral del programa.
En nombre de un modelo de comicidad que desdeña rotundamente el arte del equilibrio y de la sutileza y apuesta con ganas al trazo más grueso que pueda imaginarse, estas secuencias apuntan a reírse de alguna persona anónima o famosa que queda en ridículo frente a una determinada circunstancia, con la complicidad de familiares, amigos o colegas.
El caso extremo de esta fórmula se pone de manifiesto cuando Listorti, supuestamente alentado por quienes "preparan" la escena, vive una potencial situación de alcoba que lo termina mostrando completamente desnudo frente a su involuntaria cómplice, que jamás pensó que las cosas podían llegar tan lejos.
Al igual que Natalia Fava, surgida de "Gran hermano", la ex "El bar" David quedó expuesta por algunos interminables segundos, bajo el disfraz de un supuesto desprejuicio, a una afrenta gratuita. Sobre todo porque el efecto humorístico buscado sólo se reducía a "celebrar" con sonoras risotadas la atribulada reacción de la chica frente al audaz que se acercaba cada vez más a ella, sin ropas y con poses claramente lascivas.
De otra versión de este "juego" vienen participando semana tras semanas conocidas modelos o aspirantes a estrellas de agraciada figura. El jueves último le tocó el turno a Paola de la Torre, primero visiblemente incómoda frente a otro hombre de "Videomatch" (Freddy Villarreal) que eligió desnudarse sin aviso ante ella y, luego, aceptando a regañadientes la "broma" que todos le armaron tras recibir en el rostro el impacto de un pastel de crema lanzado por Listorti.
Con alguna excepción que nunca trasciende frente a las cámaras, las "víctimas" se someten más tarde al rito que les asegura la figuración, pero a la vez acentúa la incomodidad del televidente frente al hecho. De la Torre, como antes David, Fava y muchísimas otras figuras, acepta con su mejor sonrisa ese papel de mártir que minutos antes la había convertido en el hazmerreír general.
Todo se disculpa, todo se perdona ahora a cambio de un electrodoméstico (los viajes al exterior concluyeron junto con la devaluación) que es sin duda valioso en sí mismo, pero que a la vez marca la falta de equivalencias fijadas en el cuadro tarifario de la TV cuando se arriba al casillero de la humillación.
La sorprendente disposición de los damnificados a aceptar los premios después de sobrellevar, como bien se ilustró en el propio programa de Telefé, "el peor día de sus vidas", plantea más de una pregunta inquietante. Por un lado, "Televisión registrada" reveló al menos dos casos de figuras sometidas a situaciones de degradación exactamente iguales en dos temporadas sucesivas y, por otro, cuesta entender la cada vez más amplia disposición de actrices, cantantes o animadoras a prestarse como cómplices de situaciones que, analizadas objetivamente, no hacen más que degradar la condición femenina.
¿Será que cualquier amago de escándalo o de reacción puede arruinar las posibilidades de figuración que tanto costó lograr en algunos casos? ¿Será que ése es el resignado precio que muchos aceptan pagar con tal de mantenerse en el aire? ¿Será que, de tanto machacar, el público ahora respalda masivamente esta fórmula de muy dudoso gusto, como lo demuestra la cifra de 1.400.000 espectadores que, en promedio, alcanzó el jueves último "El show de Videomatch" sólo en la Capital Federal y sus alrededores?
"A partir de los años 80, la televisión -que en abstracto podía ser considerada el lugar público por excelencia- ha llevado hasta el final tanto la exhibición de una relación confidencial con el espectador como la puesta en escena de lugares y de contenidos íntimos: el living, el comedor, la cocina, la habitación como lugares, y lo privado, los sentimientos, las relaciones familiares y afectivas como contenidos", observan Gianfranco Bettetini y Armando Fumagalli en el libro "Lo que queda de los medios".
Una mirada veloz a la programación de la tarde en los canales de aire respalda inmediatamente esta afirmación. Y también la cada vez más entusiasta y peligrosa costumbre de la TV de husmear alegremente y sin permiso por el ojo de cualquier cerradura.
Por Marcelo Stiletano
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=421423

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